miércoles, 13 de mayo de 2009

Modelando...

No hace mucho descubrí una faceta de la arcilla polimérica que me fascina: el modelaje. Supongo que es el hecho de partir de una masa informe de arcilla que, modelándola poco a poco, hora tras hora, da forma a una idea que empieza en tu mente y acaba siendo plasmada en un volumen y una masa físicas, tangibles. Dar forma a los sueños y los pensamientos. Bueno, esa es la idea, otra cosa sea la calidad del resultado final.

De hecho acabo de empezar aunque, a pesar de apenas haber esculpido sólo un par de figuras, creo que con paciencia y práctica puedo llegar a conseguir plasmar con mayor fidelidad esa imagen mental de la que parto. Por que hasta ahora partí de una idea inicial pero a medida que fui modelando la arcilla fui ignorándola, abandonándome al azar del movimiento de las manos, del capricho de las formas que surgían al ir trabajando el material. Así que el resultado final se aleja mucho de la intención original, aunque no estoy descontento en absoluto.

Esta es la primera figura que realicé con arcilla polimérica, mide unos 15cm de altura (20cm con el hacha), y un par de meses más tarde me decidí a pintarla.

Ogro de las montañas


Y esta es la segunda y a la que más horas he dedicado. La figura de un monstruo, de un tamaño parecido al ogro anterior, cuya forma fue surgiendo improvisadamente.

Tarrasque - distintos ángulos -


Tengo intención de seguir por este camino, lástima que disponga de poco tiempo para seguir practicando y dedicándole horas a este hobby. Bueno, el tiempo dirá.

viernes, 1 de mayo de 2009

Fly away from here

Ayer fue uno de esos días grises, húmedos y lúgubres. El cristal vibraba con el ralentí del motor del autobús, que emitía un rumor grave que cosquilleaba desde la planta de los pies, como la respiración de un viejo gigante adormecido, a la espera del momento preciso para continuar la ruta. La lluvia golpeaba silenciosa en la ventana, distorsionando la visión de una ciudad bulliciosa, sucia y egoísta, tan gris y oscura como el cielo que la cubría.

Los cinco minutos que cada día el autobus pasa detenido en esa parada, a la espera de gente rezagada que aparece corriendo por la boca de metro como si fuese escupida de las entrañas de la tierra, se hacen siempre interminables, sin un paisaje que se deslice por la ventana, fugaces imágenes que pasen sin ser vistas mientras la mente se filtra, evasiva, más allá del cristal del autobús. En esa espera me encontraba, con la mirada fija en el asfalto, cabeza apoyada en el cristal, subiendo más el volumen del reproductor para evitar que la del bombo -mujer sesentona de cháchara inagotable, voz estridente y regulador de tono atascado en su posición máxima, record guiness en ponerte la cabeza como un bombo- me estropease "Fly away from here", en la que Steven Tayler iba desgranando verso a verso una historia de nuevos comienzos:

We'll just fly away from here
Our hopes and dreams are out there somewhere ...

Que pedazo de canción. Y la otra a grito pelado. El ambiente estaba cargado, olía a humedad, sudor y mala leche. Caras largas, cansadas, hastiadas de la rutina diaria, del trabajo, de caer en la cuenta de que encima tenían que estar agradecidos por tener uno. Desvié de nuevo la vista al exterior, pensando en como cada día odio más a la gente, a esa marea gris en la que uno tiene que navegar capeando el temporal como buenamente puede. A media docena de metros un autocar repleto de chavales, ya acomodados en sus asientos, ultimaba preparativos para algún tipo de viaje. Subí instintivamente el volumen del reproductor al pensar en el jaleo que tendría que reinar allí dentro. Pero después de un rato observando me di cuenta de que esos chicos se comportaban de forma extraña. Algunos no se movían en absoluto, mirada perdida, mente ausente. Otros se balanceaban adelante y atrás mecánicamente. Unos pocos reían mientras miraban al techo, viendo en él algo que se escapaba a la percepción de los demás. Sus rostros se dibujaban extraños en el cristal perlado por la lluvia, como si sus deficiencias mentales hubiesen dejado profunda huella también en su físico.

De pronto entre ellos apareció una monitora joven, pelo recogido en una amalgama de rastas y una anchísima sonrisa en el rostro. Se acercó a una niña que, con la cabeza pegada al cristal como yo, se mantenía completamente inmóvil y ausente. La monitora entonces le dijo algo a la niña con una dulzura tal, que fue como si un pequeño rayo de luz se hubiera abierto paso a través de las nubes. Lástima, pensé, que esa niña se hallase aislada en su mundo, siempre ausente, perdida en un lugar donde el transcurrir del mundo exterior le era indiferente. Me perdonaréis mi ignorancia sobre el tema, pero estaba convencido de que esa niña autista estaba muy lejos de ese autocar. Pero para mi sorpresa un atisbo de sonrisa asomó en su boca entreabierta. Y cuando de nuevo la monitora le dijo algo -dame un beso leí en sus labios-, la niña se giró lentamente, como si mover su cuerpo le costase el rescate de un rey, y acabando de esbozar una sonrisa acercó sus labios a la mejilla de la monitora, despacio, hasta apenas rozarla.

Entonces por un momento tuve la tentación de salir de allí y correr hasta donde estaba la chica de las rastas, para acercame a ella, cogerle el rostro entre las manos y plantarle un beso en los morros, muack, y decirle antes de que me cruzase la cara y me echasen a patadas del autocar: Gracias.